viernes, 12 de mayo de 2017

DE CUANDO COMENCÉ A SER UN INMIGRANTE



Como el inmigrante promedio, salí de Venezuela en busca de un mejor futuro, de un mejor lugar para pasar mi vejez, sabiendo lo que a mi edad ser inmigrante implica. Pero faltando pocas semanas de mi partida aún no estaba convencido. Hasta que un hecho simple me hizo entender lo que mi subconsciente me dictaba.
Recogía yo mis cosas y desechaba a mi pesar las que nunca más iba a necesitar, entre ellas, montones de papeles, ejemplares de trabajos de grado y libros ya en desuso. Con nostalgia y algo de tristeza los anontoné y como buen ciudadano los metí cuidadosamente en una "bolsa negra de basura" y me dispuse a dejarla en la acera para el camión de la basura.
Seguía yo empacando y desechando mi pasado cuando pasó un señor, muy humilde a juzgar por su ropa, y abrió la bolsa y empezó hurgar en ella. Al no encontrar dentro nada que le pudiera ser útil examinó la bolsa, vació sin vacilación su contenido, la dobló con cuidado y la guardó en su bolsillo para seguir su camino, imagino para seguir buscando entre los desechos de otros.
Lejos de molestarme, comprendí en lo que nos habíamos convertido como sociedad, en seres obligados por el sistema a hurgar con desespero entre lo que nos rodea, reducidos a pepenadores constantes, seres humanos de segunda.
Levanté la mirada con tristeza y desolación, preguntándome si de alguna manera yo hacía lo mismo mientras escogía las frutas y verduras en pleno centro de la ciudad pues con mi salario de ese momento comprar en supermercados se hacía prohibitivo.
Allí comenzó mi auto exilio mental, allí comprendí que poco quedaba de la vida económicamente holgada que llevaba como profesional. Allí entendí que ya era inmigrante en el país que me vio nacer pues ya no era el mismo, y que poca diferencia iba a marcar si decidía ir e a otro geografía, ese día entendí que ya era un inmigrante.

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