Siempre me he considerado un luchador, un guerrero de la
vida. Nací, como muchos en mi ciudad, en medio de una gran pobreza, la que
empeoró cuando a mis 8 años de edad murió mi papá y nos dejó a mí y a mis tres hermanos
completamente desamparados, bajo las alas de una madre sin un trabajo ni apoyo
alguno. Hasta aquí basta de historias tristes, no me gusta la auto
compadecencia, sólo lo menciono para establecer el escenario en el que me tocó evolucionar.
Mi vida transcurrió entre la carencia y la ignorancia. Lo
primero era difícil de solventar a corto plazo, lo segundo era relativamente
más sencillo. Proveniente de un entorno familiar sin ningún tipo de formación
académica siempre sentí que vivía en la edad media, rodeado de personas a las
que nada podía consultarles pues nada sabían sobre ciencia y con absurdos prejuicios y cánones de vida. Sin embargo debo
acotar que fue muy positivo para mi deseo de superación pues hizo que me
refugiara en los libros.
Habiendo nacido con un claro síndrome de asperger me era increíblemente
difícil socializar incluso con niños de mi edad, por lo que crecí solitario
pero con una mente observadora, no porque tuviera algún complejo de superioridad
sino más bien intrigado y fascinado por el omnipresente hecho de que todos
parecían ajustarse de forma natural a la sociedad, mientras que para mí era un
secreto indescifrable, que me tomaría toda una vida revelar.
Como todos, tal vez unos más y otros menos, luché por mi
futuro económico y social, por superarme a mí mismo y claro, por insertarme en
una sociedad que no alcanzaba a comprender. Viví siempre un miedo constante a
no tener un techo donde dormir tranquilo, el cual nadie pudiera quitarme. Y lo
logré.
A los 30 años finalmente lo logré. Sentí un alivio mezclado
con felicidad que estoy convencido nunca más viviré; fue una enorme lucha contra
todos y todo, pero mi lucha tuvo su fruto, finalmente podía dormir tranquilo en
un lugar donde la sociedad no importaba, no importaba si yo era capaz de
insertarme en ella o no pues ese era mi anhelado refugio. Pasé otros 15 años
haciendo mejoras y adaptándola a mi gusto. Una casa sencilla, sin mayores pretensiones,
pero era tal cual siempre la soñé.
Pero nada es eterno y llegó el momento de emigrar a otro
país, de abrirme otras fronteras, de volver a crecer. Llegué a Chile sabiendo
que la vida de inmigrante sería dura, pero nunca imaginé que sería una dureza
extrema, reviviendo mis primeros años de lucha. Me volví a rodear, por ironía
del destino, de gente ignorante y de poco valor moral, con apenas lo mínimo
para comer, sin poder comprender del todo esta nueva sociedad que se me
presentaba y muy especialmente sin casa.
Por un nuevo giro irónico de la vida, debí dejarle mi casa a
mi hermano y familia y después de cinco años de férrea lucha empiezo a entender
que aunque sigo siendo el mismo joven dispuesto a luchar para abrirme camino
nuevamente mi vitalidad ya se fue, ya no puedo hacer tres trabajos simultáneos para
levantarme, ya no puedo esperar otros treinta años para volver a tener una casa
y ya no tengo las mismas posibilidades de antes.
Comienzo a despertar y ya no visualizo una casa propia donde
pasar mi vejez o morir en paz, como una vez pensé que ya tenía. Ahora mis
pensamientos se derivan hacia un futuro cercano en el que yo no soy productivo
y no tengo una casa que me cobije. Enmaraño todo tipo de plan, donde toma
fuerza la idea de comprar una muy pequeña casa en mi país de origen y esperar allí
mis últimos días, sin molestar a nadie, sin esforzarme en comprender una
sociedad que se me hace tan ajena y resignarme a terminar exactamente como
siempre temí que sería si no luchaba, pero como una ironía más, luché toda una
vida para terminar exactamente como siempre temí que sucediera.
Ya no tengo
fuerzas, pues me temo que finalmente mi tiempo terminó y no porque me resigne a sentirme defraudado de la vida o quiera auto victimizarme, sino porque simplemente no es viable, ya no hay un escenario en el que tal sueño sea posible.