viernes, 11 de septiembre de 2015
Y ENTONCES ME FUI
No ha sido fácil juntar valor y ganas para expresar lo que siento.
Y entonces lo impensable: irme de mi país. Fue relativamente fácil porque esperé que el destino me empujara a esto, como aval para expiar mis culpas y justificar mis radicales acciones. Y entonces renuncié a mi trabajo de 23 años (toda una vida) y vendí mi carro para tener dinero para aguantar varios meses. Y dejé mi casa, mi tesoro, en manos de una gran amiga. Y entonces me fui.
Pero no empaqué mi vida en unas pocas maletas como muchos afirman en un afán de auto compadecencia. Empaqué lo elemental, con la visión de desecharlo tan pronto mi nueva vida comience. Y entonces me vine, con la ayuda de grandes amigos que me cobijaron hasta donde es razonable. Me vine huyendo de una mala vida, una llena de insatisfacciones, de ciclos cerrados que yo me empeñaba como niño malcriado en seguir circulando, comprendiendo entonces que todo tiene su lugar, su tiempo, su razón, dejando de negarme al destino que igual yo hago.
Y entonces me vine.
A buscar mi destino antes de que este me llegue y me reprenda por no buscarlo, por no entenderlo, por no haber madurado lo suficiente como para haber entendido. Me vine a vivir el tercer episodio de mi vida, a aceptarlo.
Aquí estoy, esperando con paciente impaciencia mi destino, tratando de torcerlo un poco a mi favor por razones obvias, porque igual soy un ser humano con cierto grado de rebeldía.
La espera se me hace eterna. Consulto y me dicen que todo pinta bien pero yo, en una comprensible crisis de ansiedad, quiero que el futuro llegue hoy porque mañana puedo explotar y no quiero explotar, espero no hacerlo.
Entonces me quedo impávido pero atento al mundo a mi alrededor, lo veo pasar y quiero montarme y dominarlo, y el destino con su voz silente me dice nuevamente que sea paciente, que aun no es mi momento, que pronto llegará. Y me aborda esa ansia de ya, que para nadie es fácil de sobrellevar. Y me desespero en mi calma trémula. Y sigo conteniendo la respiración, atento a mi oportunidad de comerme el mundo, devorarlo para irme tranquilo y poder decir finalmente: cumplí con mi destino.
Y me fui, pero no por completo, mis seres queridos me siguen doliendo, día tras día, sus infortunios, sus declaraciones de hermandad y amor. Parte de mi sigue allá y temo que seguirá por siempre sin importar donde me encuentre.
Unos me felicitan, unos me condenan, unos no entienden pero en general todos siguen sus vidas sin que mis acciones signifiquen algo, cada quien tiene su vida propia, no los culpo.
Entonces me miro y veo un loco, hay que serlo para exiliar una vida. Yo más bien lo veo como la aventura que mi falta de madurez no me permitió años antes, en todo caso, sólo se tiene una vida y la mía es mía, así de simple.
El destino me mira inquietante y yo trato de adivinar mirando sus ojos lo que me tiene deparado. Ya lo veré, porque después de todo la vida alcanza para vivir lo que se debe vivir. Ya les contaré.
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